Las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas cuando los vítores y las risas se tornaron gritos de dolor desgarradores. Sus piernas flaquearon y calló de rodillas sobre la fría piedra. Quemaba.
Le quemaban las rodillas, le quemaban las lágrimas, le quemaba el corazón...
Cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera contener toda aquella tristeza, esperando, vagamente, que cuando los abrira todo hubiese desaparecido.
Sabía que no iba a ser así; lo sabía, incuso antes de que todo aquello hubiera empezado. Esa era su maldición.
Una parte de ella quería levantarse y salir huyendo de la alcoba antes que la hiciesen prisionera; pero estaba tan cansada... Ya estaba harta de luchar contra el destino, ya no podía, no le quedaban fuerzas. Al principio pensaba que podría cambiar el hado que le mostraban sus visiones. Lo deseaba con toda su alma. Luchaba para que todo aquel sufrimiento que se le mostraba no llegara a hacerse hetéreo... pero siempre era en vano. ¿Por qué esa vez iba a ser diferente?
Se hizo un ovillo sobre el frío suelo y esperó. No tardarían en venir a por ella... El griterío se había extendido y se había hecho insufrible; pero la astenia la había consumido hasta tal punto que todo aquello le parecía muy lejano. Troya ardía.
Vino a su mente la imagen de Heleno. Sus cortos bucles del color de las avellanas; sus grandes e inexpresivos ojos del color de las nubes cargadas de lluvia; su porte lánguido, acentuado por su piel blanca, casi translúcida... Había sido tan parecido a ella... Aun lo era físicamente, pero hacía tiempo que había perdido el vínculo que los unía. Cuando eran pequeños y lo miraba, parecía estar mirándose en un espejo. Podía sentir lo que él sentía. Cuando fue consagrada a Apolo, convirtiéndose en su sacerotisa, fue terrible. La separación de Heleno dolía. Era como si hubieran arrancado una parte de sí misma. Su propia tristeza se unía a la de su hermano y, aunque intentaba sobreponerse, los días habían perdido sentido para ella. Quizás fuera esa tristeza, que añadía a su belleza lasa un aire de misterio y decadencia, lo que llamó la atención del dios. Apolo la agasajaba, la cubría de atenciones; pero esto no hacía más que avivar su incomodez y su añoranza. La indiferencia de la muchacha enojó a Apolo y la castigó lanzado una maldición sobre ella.
Casandra podía vaticinar el futuro. A veces un frío extremo le paralizaba el cuerpo y entraba en una especie de trance donde se le revelaba el porvenir. Siempre había tenido este don, al igual que Heleno; pero pocas veces hablaban de él. Todos sabían de la gracia que les había sido otorgada; pero los niños se mostraban tan introvertidos con el tema, que ni el mismo Laocoonte estaba seguro hasta donde alcanzaba el poder de estos... Pero Apolo sí lo sabía; por ello transformó su don en su maldición. A partir de ahora sólo tendría visiones sobre desgracias y carecería de la persuasión necesaría para poder avisar sobre ellas.
Casandra volvió a Troya y poco le importó la funesta condena impuesta por el dios. Estaría junto a Heleno, él la creería siempre. Pero la inquietud se apoderó de ella cuando al mirar a los ojos grises de su hermano no vio más que su propio reflejo.
Entonces fue cuando Paris la trajo... Era la chica más hermosa que había pisado Troya; probablemente era la mujer más hermosa que había pisado la tierra. Todo en ella era armónico y perfecto; sin embargo cuando Casandra clavó sus ojos en ella no vio más que la destrucción de su pueblo. Esa noche la atormentó la agonía de su pueblo muriendo. Intentó convencer primero a Heleno, despues a Laocoonte... pero nadie daba crédito a sus palabras. Desesperada irrumpió en la ceremonia de bienvenida de Helena. Se lanzó a los pies de Príamo mientras, presa de un llanto desgarrador, le imploraba que devolvieran a ésta a los griegos... Pero sólo encontró indeferencia y miradas inquisitivas que la tomaban por loca. Se sintió tan terriblemente sola, tan desconsolada que ni el llanto podía purificar su pena. Fue entonces cuando fue consciente de la magnitud de la maldición impuesta por Apolo. Malditos dioses.
Pronto vinieron los griegos y con ellos la guerra. Una batalla larga y cruenta que poco a poco iba consumiendo la ciudad. A veces daba la sensación que Troya siempre había estado en guerra, la imágen próspera y dorada de la ciudad había quedado tan atrás que casi parecía una leyenda.
Tras diez años de constante asedio, los griegos decidieron poner fin a aquella locura. No sólo asumían su derrota, sino que habían construido un caballo gigantesto de madera para regalar a los troyanos. Los griegos ubicaron al titánico equino frente a una de las puertas de la ciudad. Pero la guerra había hecho mella en los troyanos y aun no parecían haber similado el fin de aquella pesadilla. En cuanto Cassandra vio a aquel gigante de madera sintió como si alguien hubiera pateado sus entrañas. Los gritos de agonía y dolor, el gemido punzante de Hécuba, las llamas consumiendo Troya, poblaron su mente. Entonces vio más allá. Vio las entrañas de aquel animal de madera repleta de una legión de griegos. Impulsada por la desesperación imploró a su padre que no aceptara aquel presente. Los cansados ojos de su padre la miraron con tal lástima que el dolor se hizo casi insoportable. Pensó que iba a perder la conciencia cuando las palabras de Laocoonte le inyectaron un atisbo de esperanza. El sacerdote dio la razón a Casandra, a aquel caballo había ligado un sino de destrucción.
Príamo decidió rehusar aquel signo de buena voluntad por parte de los griegos. A la mañana siguiente haría pública su decisión... Pero el destino hizo que Laocoonte muriera aquella noche intentando salvar a sus hijos de un trágico final. Esto fue tomado por el rey como un castigo divino por desconfiar de la paz de los griegos. El caballo se aceptaría, ya estaba harto de muertes, había perdido a demasiados seres queridos...
Héctor...
Cuando Príamo hizo pública la decisión un estruendo de vítores recorrieron las calles de Troya. A Casandra se le revolvió el estómago y sintió la neceseidad de salir corriendo. Corrió por las calles adoquinadas mientras sus lágrimas se fusionaban con el viento... Y de repente, frente al templo de Atenea, el cansancio y la apatía se adueñaron de ella. Entró en aquella estancia y decidió esperar. Cuando el rumor del viento pasó de traer cánticos victoriosos a gritos lastimeros su cuerpo se precipitó sobre el suelo gris.
El estruendo causado por aquellos hombres la sacó de sus ensoñaciones. Ante ella había una decena de hombres de torsos desnudos. Uno de ellos la cogió por las muñecas y la levantó bruscamente. Ájax. Pero sus ojos se posaron en otro de los hombres que allí habían. Un griego de porte noble, de cabellos ondulados y ojos cristalinos. De repente vio en sus ojos a una mujer de melena del color de las llamas; vio la ira que la consumía y la maldad que crecía en su corazón. Vió un hacha en las manos de aquella mujer... sangre, los ojos sin vida de aquel griego, al que llamaban Agamenón... sintió la envidia y la locura de aquella fémina desbocada cuando elevaba el hacha sobre ella...
Un brusco zarandeo la arrancó de aquella visión. ¿Había sido testigo de su propio fin? Sin embargo aquel augurio no le había provocado dolor, ni miedo... sólo una sensación de libertad que hacía años que no recordaba. Una sonrisa sesgada se dibujó en su rostro. Por fin iba a poner fin a su maldición.
sábado, 28 de marzo de 2009
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3 comentarios:
Casandra es una fortaleza de El Puño de la Estrella del Norte XDD
¿Es un fragmento de alguna obra?
Salu2
Que vap, es un relatillo fruto de la desidia de una tarde de domingo U_U
Gracias por comentar!
woooo!! your serious? realmente se te da bien! A ver si publicas algún relatillo más en breve!
salu2
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