martes, 22 de julio de 2008

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Hacía muchísimo tiempo que no actualizaba; en parte por estar absorbida por el curro, en parte por el calor sofocante que hace en mi casa (el portátil es un elemento non grato en mi casa durante los meses de calor). El caso es que me entristece que el motivo de la actualización de hoy sea por la muerte de mi gata.
Hoy se lo quiero dedicar a ella, porque se lo merece y porque la voy a echar un montón de menos. Quizás la gente que no tenga, ni haya tenido animales, (o a los que simplemente no les gusten) piensen que es una chorrada estar afectada por el hecho de la muerte de una mascota... No obstante las personas que tengan la alegría de tener a un animal conviviendo con ellas entenderán perfectamente de lo que hablo.
Se llamaba Nala... Un nombre muy poco original para una gata (o ñoña, según se mire); pero a mi madre le marcó 'El rey león'. Yo hubiera preferido que se llamara Morgana, para que no desentonase con el nombre de mis otros gatos (los mágicos Gandalf y Merlín). La encontré con dos meses. Iba caminando por la calle y la vi. Procuré apartar la vista hacia otro lugar, porque me conozco y me entristece mucho ver a los animalitos abandonados en la calle. Yo tengo 2 gatos más y una perra, por lo que tampoco puedo ir adoptando todo lo que me encuentre (que más quisiera). El caso es que ella me vio y, lejos de adoptar la actitud huidiza propia de los gatos callejeros, se me acercó, me maulló y comenzó a seguirme. Yo me paré y entonces se me intentó subir. Fue entonces cuando supe que, a pesar de la gran bronca que me llevara, esa gata iba a formar parte de mi familia. Me fijé en sus ojos, verdes y terriblemente expresivos. Estaba contenta, como si llevara tiempo esperándome. La acaricié con mucho cuidado y me dí cuenta de lo sucia que estaba. Era blanca y negra, aunque en ese momento era más negra que blanca, ya que una gruesa capa de grasa cubría su pelaje. La cogí en mis brazos y fui para casa.
No tardó en hacerse con el resto de animales. Merlín, con su paciencia característica, ejerció el papel de madre. La limpiaba; estaba pendiente de ella; aguantaba sus mordisqueos mientras dormía la siesta... Con la perra tardó un poco más en acostumbrarse. Al principio le daba miedo acercarse a ella, pero la curiosidad gatuna acababa por vencer y, aprovechaba cuando dormía, para acercarse a ella muy despacito y olerla. Siempre le ha llamado mucho la atención el pelo largo de la perra.
Tenía las patas ligeras y no le gustaba que le rascaran la barriga. Si lo hacías, rápidamente, te apresaba tu mano entre las garras y se las llevaba a la boca. Si te resistía apretaba, pero si dejabas la mano quieta se quedaba dormidita con tu mano cogida. Se tendía en la silla, o en la mesa, y animal que pasara por debajo, animal que le daba con la pata. Con su eterna sonrisa y sus ojos traviesos. Le gustaba tirar todo lo que te dejarás en la mesa: bolis, mecheros, gafas... Y le encantaba robar pan. Lo robaba y lo escondía debajo de la cama de mis padres. Luego volvía a por más.
Dormía casi siempre con Merlín, bien pegadita a él, abrazándolo con su patita... Una imagen digna de ver. Por la noche dormía en la cama, bien pegadita a tí.
Recuerdo cuando vino... Por la noche se venía a la cama conmigo y con Merlín, y mordisqueaba al pobre gato hasta que se quedaba dormidita. Merlín cuando la escuchaba entrar en la habitación se quedaba muy quieto. Luego vino el celo, y las noches en vela maullando. Yo me la llevaba a mi cama y la acariciaba hasta que se quedaba dormidita, en la almohada. Esa manía la tuvo hasta que me fui de casa de mis padres, dormía en mi almohada. Incluso recién operada, con la campana en la cabeza se acostaba allí. Yo, para no molestarla, dormía en poses imposibles, que al día siguiente me pasaban sus correspondientes facturas... Pero no me importaba.
Así han pasado tres años.
El año pasado le dio un brote de estrés y se peleó con los demás gatos. Estuve tres días haciendo acercamientos, con toda la paciencia del mundo, hasta que finalmente todo volvió a la normalidad. Durante esos tres días ella estuvo encerrada en una habitación... Me daba tanta pena, que cuando los vi de nuevo juntos fui la más feliz del mundo.
Hace unos días le volvió a pasar lo de la ansiedad. Paciencia, me dije. Estuvo 4 días encerradita... Pero además del brote de agresividad se puso mala y, mi madre tuvo que tomar la siempre difícil decisión de sacrificarla, ya que era tarde para operar. Ahora la habitación está vacía.
Me siento tan tremendamente triste, la hecho tantísimo de menos... Sin escuchar sus maullidos, sus ronroneos... Lo que más me duele es que no haya podido pasar sus últimos días en compañía de Merlín, Gandalf y Nikita. Gandalf no quiere entrar en la habitación y me mira con una mirada tan solemne que hiela la sangre. Merlín sí que entra a la habitación; pero no la busca, aunque anda triste por la casa. Es curioso como los animales asumen la pérdida de otro ser querido.
Siempre me queda pensar que le dí la mejor vida que pude darle, que le di una oportunidad y que fue feliz... Pero a la muerte una nunca acaba de acostumbrarse y el desconsuelo y el dolor son terribles...
Aun así nunca he querido dejar de tener animales... Te dan tanto amor, tanto cariño incondicional...
En fin... Que nunca te olvidaré Nala. Ni yo ni tus hermanos.