martes, 7 de octubre de 2008

Las píldoras de la felicidad

Iba yo caminando hacia el metro esta tarde, cuando se ha levantado un leve viento. Al levantar la mirada he visto a los gigantescos plataneros meciéndose sinuosamente. Me he parado, omnuvilada por semejante visión. Era como ver a unos viejos gigantes danzando al son de una hermosa melodía... No sé, me ha resultado increíblemente poético. He seguido andando y de repente me he encontrado sonriendo como una tonta mientras recreaba la imagen en mi mente. Resulta extraño como algo tan simple, tan cuotidiano, pueda proporcionarte esa sensación de bienestar; ha sido como tomar un chupito de felicidad.
No sé si será el estrés causado por el ritmo vertiginoso al que estamos condenados a vivir; pero a veces olvidamos que la verdadera felicidad se halla en los pequeños detalles. Son como pequeñas píldoras de felicidad repartidas en nuestro día a día; sólo tenemos que pararnos un poco para verlas y disfrutar del placer que nos proporcionan.
Esta pensando en estos momentos durante el trayecto en metro (es lo que tiene el metro en hora punta; que la avalancha de gente hace que tu mente tome precauciones creando una especie de burbuja aislante, donde, a veces, te da por pensar en nonadas) y resulta que mi vida se encuentra plagada de ellos: cuando la calidez ligera del sol otoñal acaricia mi cara; cuando paso al lado de el Palau de la Música (tengo la suerte de trabajar al lado de esta maravillosa obra arquitectónica) maravillándome con sus formas y colores; cuando mi gato se acuesta sobra mis piernas y ronronea; cuando llego a casa tras el trabajo y me descalzo... Son momentos que vivo casi a diario y que nunca me había parado a pensar lo que significaban para mí.
Os animo a que penséis en las cosas que os hacen felices a vosotros, en vuestras píldoras de la felicidad, y a tomarlas sin medida algunas... Son mano de santo.

domingo, 5 de octubre de 2008

Hécuba

Una de mis pasiones es la mitología, sintiendo predilección por la mitología clásica. Disfruto leyendo historias de mitos, así como tragedias griegas. Me gustan, en parte, por el sabor agridulce y el sentimiento cálido de tristeza que destilan algunas de esas historias. Entre todos todos los mitos siento especial cariño por dos de ellos, curiosamente relacionados entre sí: Hécuba y Cassandra.
Ambas narraciones despiertan en mí un sentimiento de nostalgia y ternura, y ambas me parecen
terriblemente catastróficas.

Hécuba fue la segunda esposa de Príamo, rey de Troya. Cuentan de ella que fue una madre excepcional y una esposa ejemplar. Tuvo 50 hijos, 31 de los cuales pertenecían al anterior
matrimonio de Príamo, aun así, cuidó de todos ellos como si de los suyos propios se tratasen.
Hécuba, a mi parecer, fue la gran perdedora de la guerra de Troya: vio morir a sus hijos, víctimas
del horror de la guerra; vio como Aquiles vilipendiaba el cuerpo sin vida de su primogénito, Héctor, arrastrado por un carro frente a las murallas de su ciudad; vio como los griegos tomaron Troya, quemándola y arrasándola, vio como las troyanas fueron violadas y esclavizadas...
Dicen que Hécuba fue entregada como esclava a Odiseo, artífice de la caida de Troya. No obstante, las desgracias habían hecho mella en la cordura de ésta y de su boca sólo salían lamentos y gritos desgarradores, mientras lloraba desconsolada por la muerte de sus hijos. Odiseo la abandonó en una isla a su suerte y los dioses, apiadándose de ella, la transformaron en perra.

Como sucede en la mayoría de mitos, existen versiones para todos los gustos. En una de ellas, quizás versión más extendida, nos cuentan que fue metamorfoseada en perra como castigo y no como liberación. Polidoro, uno de los últimos hijos con vida de Hécuba, es asesinado a manos del troyano Polimestor. Cuando Hécuba descubre el cadáver de su hijo decide vengarse y elabora un plan que se salda con la muerte del asesino de su hijo. Los griegos, para castigarla por este crimen, deciden lapidarla. Una vez que retiran las piedras no hayan el cadáver de la reina de Troya, sino el de una perra con mirada fulgurante.

Yo prefiero quedarme con la primera versión (llamadme romántica o inocente), pero me niego a
pensar que puedan recaer más castigos sobre un alma tan maltratada.