viernes, 22 de agosto de 2008

Va de palabras

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Yo difiero de tal afirmación. Una imagen es estática, la ves y tu mente la procesa tal cual, dejando sin cabida a la imaginación. Las palabras en cambio son otro mundo. Con palabras puedes elaborar una descripción perfecta; puedes hacer que tu interlocutor visualice, con sublime perfección, lo que le deseas transmitirle y, aun así, dejar que su mente imagine y se recree en ciertos aspectos, modelándolos a su antojo. Hay mil palabras para utilizar en una descripción precisa, algunos matizan la idea, otros hacen que la sientas. A mí, personalmente, me encantan las palabras onomatopéyicas. Me gusta escucharlas, porque casi puedo sentir la realidad que designan, y me gusta pronunciarlas. El ‘zigzagear’ de un río; el ‘aullar’ del viento, el ‘ronroneo’ de un gato, el ‘crujir’ de la madera vieja… Y mi preferida: susurro… Es una palabra realmente bonita, no sólo a nivel fonológico, sino a nivel fonético. De sonoridad sutil, de apacible sentimiento, de bello contraste… Tal vez sea sólo una palabra más, pero capaz de despertar miles de sentimientos.

sábado, 9 de agosto de 2008

Lilith: Parte I

Un soplo de aire caliente se coló por las grietas de la vieja puerta de madera, haciendo vacilar la llama de la vela. La habitación quedó sumida en un grotesco baile de sombras por unos instantes, lo que sacó de sus cavilaciones a William. El joven monje echó un vistazo a la austera habitación. Todo parecía estar igual: La astillada y minúscula mesa de madera ubicada en un rincón, junto a la ventana; la vieja silla, llena de carcoma; el torcido estante cargado de libros de hojas amarillentas... Sin embargo algo había cambiado. Un escalofrío recorrió su nuca. Se levantó de la cama, donde había estado sentado hasta el momento, y se dirigió hasta la pequeña ventana. El cristal estaba empañado y frío. Pese a que no era excesivamente tarde, fuera había anochecido hacia unas pocas horas. Una ventisca azotaba las ramas del viejo sauce, haciendo que éstas golpearan el cristal. El viento aullaba sin cesar, dándole un aspecto más siniestro a aquella noche de invierno. William se quedó observando aquel paisaje oscuro al que estaba tan acostumbrado. En realidad a William le encaba aquello. Estaba acostumbrado al yermo paisaje que ofrecía el exterior del viejo monasterio... y lo reconfortaba. El silencio, la tranquilidad... Allí podía meditar y rezar durante horas, sin distracciones. La mayoría de monjes optaban por pasar la temporada invernal en el monasterio de la ciudad; pero él prefería la tranquilidad que se le brindaba lejos de la urbe.
Pasó la mano por el cristal húmedo y entonces vio reflejado un rostro. Se giró rápidamente, con la boca abierta, a punto de soltar una exclamación; pero ahogó el grito en su garganta al reconocer la figura que estaba sentada en la cama. Cerró la boca y esbozó una sonrisa sesgada.
- Otra vez tú -, dijo mientras alcanzaba la silla y tomaba asiento -. Creí que no te estaba permitido entrar en la casa de Dios.
La joven se retiró la capucha de la cabeza, dejando al descubierto un bello rostro que parecía esculpido en mármol. Los ojos, enmarcados por unas tupidas pestañas, de color violáceo se clavaron en los del joven.
- Técnicamente, esto no es la casa de Dios -, dijo mientras se encogía de hombros -. En realidad esto es sólo tu alcoba.
William sonrío mientras echaba hacia delante el peso de su cuerpo.
- En realidad aquí tampoco eres bienvenida -, dijo mientras su voz adquiría un tono amenazante.
La joven resopló para apartarse un mechón de pelo negro que caía sobre su cara.
- ¿Qué tal va el libro William? -, preguntó sin dar más importancia al comentario del monje.
El rostro de William se contrajo en una mueca de sorpresa y de enfado.
- ¿Cómo sabes…? -, balbuceó.
- Yo sé muchas cosas -, interrumpió la joven -. Ya te lo dije William.
- ¿Qué quieres de mí?
La joven se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana. Sus ojos seguían los movimientos del sauce mecido por el viento. Un incómodo silencio inundó la pequeña alcoba.
- La pregunta no es lo que quiero yo de ti, sino lo que tú necesitas de mí -. Dijo mientras se giraba hacia William -. Verás, tú estas escribiendo un libro sobre el Génesis… Necesitas información. Yo tengo información de primera mano -, dijo con un tono melancólico.
Los ojos claros del joven miraban inquisitivos a la mujer.
- Ya. ¿Y a cambio?
- Nada.
- ¿Nada?
- En realidad se trataría de un intercambio. Tú buscas una historia que contar… Yo busco a alguien dispuesto a contar una historia.
- Cuéntala tú misma -, dijo el joven tajante.
- Podría -, dijo la chica mientras sonreía -, pero ¿quién iba a querer leer un libro escrito por una renegada? -. Un suspiro se escapó de sus pálidos labios -. ¿Quién va a querer escuchar la palabra de Lilith?
- No estoy interesado, lo siento.
William se levantó de la silla bruscamente y se dirigió a la puerta con grandes zancadas.
- No estarías obligado a escribirla -, gritó Lilith -. Sólo… -, el tono volvió a suavizarse en cuanto la figura de William se paró -. Sólo escúchala. Tú escucha mi historia y haz lo que quieras con ella. Puedes olvidarla si lo deseas, escucharla no te obliga a nada.
- Está bien -, dijo el joven mientras se sentaba en el suelo -. Luego te irás y no volverás a molestarme -, añadió.
Lilith asintió lentamente.
- Palabra de Lilith.