lunes, 25 de marzo de 2013
Lilith: Parte II
Nacida de la madre tierra, originada para gobernar sobre la divina creación... Del mismo modo que Adán... Mi compañero, mi igual...
Yavhé nos dio la vida, nos regaló el universo... Pero el regalo más hermoso de todos, fue la libertad...
El mundo entonces, era un lugar virtuoso, un paraíso inigualable. Lo recorría a mi antojo, asombrándome de los sinuosos árboles, de la danza que bailaban cuando Yavhé hacía correr la brisa. Me emocionaba con las sensanción del agua al caer sobre mi cuerpo, cuando Yavhé nos regalaba la lluvia. Me reconfortaba cuando el cálido sol de la mañana acariciaba mi rostro... Corría con los animales, me bañaba en el mar... Amaba cada forma, cada sonido, cada aroma... Cada sensación que me proporcionaba aquel inmenso y pacífico lugar.
¿Sabes William? Si cierro los ojos aun puedo ver los amaneceres en el Paraiso... La sinfonía de colores... Los tonos violáceos tornándose más claros, entrelazándose con los pálidos rosados. Las estrellas retirándose sutilmente; el canto de los gallos a la mañana; la muerte ligera del himno de los grillos...
Y cada día, daba gracias a Yavhé por haber creado todo aquello, por dejarnos disfrutar de todo el explendor de su obra... Y cada día Yavhé me sonreía.
Mientras yo me dedicaba a explorar aquella maravilla, Adán se dedicaba a nombrar cada habitante de aquella creación. Llamó león al león y manzano al manzano... Nunca entendí la importancia de etiquetar algo que ya de por sí era maravilloso. León, perro, serpiente, alhelí... Para mí eran milagros, era belleza, no necesitaba atribuirle un nombre pues sus atributos sobrepasaban cualquier nombre que humano o deidad pudiera darles. Recuerdo que una noche le pregunté por qué lo hacía, por qué aquella necesidad. Adán me contestó que todo aquello era nuestro y que un hombre debe darle nombre a aquello que domina.
Dominar... ¿Se puede dominar la naturaleza William? Ese ha sido el gran error del ser humano intentar dominar aquello que no puede ser dominado. Desperdiciar sus esfuerzos en interntar subyugar en vez de intentar comprender. La naturaleza, todo aquel paraíso, no necesitaba gobierno... Necesitaba respeto y comprensión. Necesitaba amor y dedicación, pero no leyes humanas. Tan breves que Adán nunca llegó a entenderlo, al igual que sus herederos nunca lo habéis querido comprender.
Llegó el día que también quiso dominarme a mí... Imagino que era lo único de aquella creación que escapa a sus leyes. Una noche me dijo que mis días de contemplación se habían acabado. Que yo era su mujer y como tal debía dedicarme a él... A sus necesidades y comodidades. Recuerdo que reí, pues pensaba que se trataba de una broma... Y mi risa desató su furia... Y su furia desató su puño...
Estaba tan asustada William... Aun puedo recordar esa sensación de angustia, de miedo... Y aun hoy en día maldigo lo tonta que fuí por no enfretarme a él. Lejos de eso, sucumbí a sus deseos y dejé que aquella noche me dominara por completo; pero no permití que mis lágrimas endulzaran su triunfo. Podría conquistar mi cuerpo, pero nunca dejé que se hiciera con mi alma... Mi alma pertenecía a Yavhé, o eso creía yo.
Los días que siguieron fueron los peores de mi vida... Recuerdo rezar al Todopoderoso para que me salvara de aquella situación. Mis plegarías se convirtieron en la única vía de escape. Sabía que él me estaba escuchando, pero no sabía porqué no actuaba. ¿No era yo su hija? ¿Me habría abandonado?
Y en la sexta luna decidí que aquello no podria continuar. Me escabullí entre las sombras y tomé una piedra afilada. La miré durante unos instantes, pasé mis dedos por el cortante filo mientras imaginaba clavándola en el pecho del que habia sido mi compañero. Entonces Yavhé me habló...
- ¿Qué haces hija mia? - Me dijo con voz pausada.
- Liberarme padre -, dije intentado controlar el tembleque de mis extremidades.
- Hija mía, tu liberación vendrá con tu sumisión. Os creé a mi imagen y semejanza, para que disfrutárais del paraíso, para que lo poblárais. Mis emisarios... His hijos...
El miedo inicial fue transformándose en ira incontrolada. ¿Acaso sus ojos omnipresentes no habían admirado lo que había pasado allí? ¿Acaso no sintió mi angustía? ¿Cómo podía pedirme sumisión?
- No he de someterme padre -, mi voz sonó tan fría y cortante que me sorprendió hasta a mí misma. Un viento empezó a desatarse, lanzando miles de granos de gravilla contra mi cuerpo. Los relámpagos empezaron a iluminar el cielo de la noche, creando pequeños amaneceres. Pero habia llegado tan lejos... Ahora no podía dar marcha atrás. Me traicionó mi compañero y ahora me traicionaba mi padre. Ya no tenia nada que perder.
- ¿Me desobedecerás? -, dijo con voz autoritaría, llena de ira contenida.
- No es mi intención... Dime padre ¿por qué he de someterme yo? ¿Acaso no fuimos creados ambos de la misma tierra? ¿Acaso no es mi igual? ¿Por qué he someterme a sus deseos? Dame una única razón que sea comprensible y obedeceré.
- Porque es la palabra de Yavhé.
Ahhh, sus palabras fueron tan hirientes, querido William... Fué como si me atravesara con ellas, tan cargadas de desprecio, tan poco llenas del amor de un padre...
- No me basta tu palabra...-, siseé.
- Si te dejas cegar por la soberbia no habrá sitio para ti en este lugar.
- Que así sea padre.
Lo que recuerdo después fué oscuridad... Una oscuridad infinita, palpable, cortante... Estuve mucho tiempo asustada, arrepentida, desperdiciando lágrimas por todo lo que un día tuve y perdí. Me castigué tanto como pude... Auto recluída en una cueva de aquel paraje inhóspito... Recurrí a las magias prohibidas para poder comprender...
Y comprendí William, ¡vaya si comprendí! Me costó una eternidad y no lo hice hasta que vi a otra alma atormentada vagando por aquel paraje solitario y triste. Una pobre alma desorientada, tan cargada de tristeza que dolía mirarla. Me acerqué cautelosa, y sus ojos se clavaron en los míos.
- Obedecí su palabra, le di lo que más quería... -, balbuceó con mirada ausente.
Me puse a su lado y lo abracé, como una madre abraza a su hijo, como dos amantes se abrazan una noche de invierno... Y él lloró con su cabeza enterrada en mi hombro.
Y ahí fue cuando vi claramente que la palabra de Dios es caprichosa e injusta; vi que su verdad era la mentira más pura; vi que su amor era interesado y cargado de veneno... Y juré vengarme...
Palabra de Lilith.
domingo, 23 de septiembre de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
Hécuba
Cuando Cassandra irrumpió en la bienvenida de Helena, lánzadose desesperada a los pies de su padre para que devolviera a la princesa a los griegos y evitar la caída de Troya, algo se removió en sus entrañas. En el fondo de su alma lo sabía; pero era tan aterrador enfrentarse a ello, que enmascaró su temor con aflicción hacia la locura que todos decían que padecía Cassandra...
Su dulce Cassandra... Siempre había sido una niña especial, siempre de la mano de su mellizo Heleno. Ambos tenían los ojos almendrados, del color del trigo maduro y ambos tenían una mirada sagaz. Siempre habían sido especiales... Pero la niña se fue convirtiendo en mujer y entonces fue entregada como sacerdotisa de Apolo... Y todo cambió. Su mirada sagaz se tornó temerosa, su sonrisa se apagó... Entonces empezaron las visiones de sangre y fuego... Se distanció incluso de Heleno... Y todos la tomaron por loca.
Cuando llegaron noticias a Troya de que las tropas Helenas se dirigían hacia allí, imploró a Príamo enviar a Polidoro, su pequeño banjamín, a Tracia. Y aunque su esposo se vanagloriaba de que los griegos nunca podrían traspasar las murallas de Troya, accedió a sus deseos.
Y no tardó en llegar la guerra... Una guerra cruenta y longeva... Y pese a que Hécuba estaba protegida tras los muros de Troya, levantados piedra a piedra por el propio Poseidón, fue muriendo en vida con la pérdida de sus hijos.
Troilo, su hermoso Troilo... El tiempo se paró cuando le informaron de su muerte.
- Mi señora, Troilo ha muerto a manos de Aquiles.
La copa se deslizó de la mano de Hécuba chocando estrepitosamente contra el suelo. El mundo se desvaneció por un momento y un reguero de bilis le subió por la garganta. "Troilo ha muerto". Las piernas le flaquearon, pero contuvo las lágrimas. Era la esposa de Príamo, rey de Troya; la hija de Dimas, rey de Frigia... Las reinas no lloran...
Héctor, su valiente Héctor... Su primogénito... Apuesto e inteligente, mortífero y feroz en la batalla. Temido y respetado.
Cuando los gritos de Aquiles resonaron por Troya, a Hécuba se le encogió el corazón. No quería ver más allá de los muros, pero debía hacerlo. Cuando vió el cadáver de Héctor atado al carro de Aquiles, arrastrado y mancillado, el escozor en sus ojos se hizo insoportable. Se aferró con fuerza al alféizar de la ventana para no derrumbarse. Le faltó el aire y sintió una puñalada en el corazón... Por un momento estuvo a punto de dejarse arrastrar por la locura que la embargaba, pero no cedió... Las reinas no lloran...
Luego cayó Troya y con ella contiuaron cayendo sus hijos: Paris, Deifobo, Laódice, Polixena... Y con cada muerte, su desesperación aumentaba...
Las reinas no lloran...
Las mujeres Troyanas fueron repartidas como botín por los griegos y su ella fue entregada a Odiseo. Cuando partieron rumbo a Ítaca, Hécuba subió a la ambarcación con la serenidad y la dignidad de una reina. Le habían arrebatado a sus hijos, había quemado su hogar, habían mancillado a sus hijas... Pero juró que no le arrebatarían la dignidad. Ella era la reina de Troya.
Cuando pararon en Tracia, le informaron de la muerte de Polidoro... Su pequeño Polidoro... El hilo que la mantenía atada a la cordura. Y entonces Hécuba estalló en lágrimas...
Lloró por su pequeño Polidoro... Lloró por Troilo y por Héctor... Lloró por Paris, por Deifobo, por Laódice y Polixena... Lloró por Cassandra y por Heleno... Lloró porque en aquel momento comprendió que quizás las reinas no llorasen; pero las madres sí.
Tal era la amargura que destilaban sus lágrimas, que heló la sangre de mortales y divinidades.. Y entonces los dioses se apiadaron de ella...
Cuando se transformó en perra y fue abandonda en Tracia, corrió aullando de dolor. Algunos dijeron que era un castigo divino; pero lo que nadie imaginó es que Hécuba por fin había sido liberada. Ahora era libre para llorar su pérdida hasta el fin de sus días.
lunes, 12 de septiembre de 2011
El ratón y la luna
Se pasaba la noche mirándola con expresión soñadora. Daba igual que hiciera frío o calor, que nevara o que calleran chuzos de punta... Daba igual que se encontraran depredadores acechando en las sombras... Él se mantenía erguido, en la copa del árbol más alto, mirando la pálida tez de su amada.
Todos los animales del bosque conocían la debilidad del pequeño ratón; todos miraban su silueta recortada en el horizonte; todos susurraban sobre el amor imposible; todos ponían en duda la cordura del roedor...
Y la luna ni siquiera daba cuenta de su existencia...
Él sabía que era pequeño, que era frágil, que no era nada especial... Sabía que la hermosa luna nunca se fijaría en él, pero sólo con verla, con sentir aquella sensación maravillosa en su interior, se sentía el ratón más dichoso del mundo.
Y llegó un invierno inusualmente duro. El frío helaba la música de los grillos y el fulgor de las lurciérnagas, el frío era cortante, hiriente... Y se hacía letal cuando el astro rey daba paso a la noche. Ningún animal se atrevía a salir de su madriguera... Ningún animal menos nuestro pequeño roedor, que cuando la primera estrella aparecía en el cielo anaranjado, subía a la copa del árbol más alto del lugar.
Y una mañana, cuando el cálido sol empezaba a deshacer el rocío helado que pendía de las briznas de hierba, cuando los animales empezaban a salir de sus escondrijos, vieron al pequeño ratón en el árbol.
Algunos treparon extrañados y entonces se encontraron con el cuerpo sin vida del roedor. El pequeño ratón había muerto congelado mientras se mantenía erguido mirando a la luna.
Los animales lo lloraron durante todo el día y durante toda la noche. Cuando la luna reinó en el cielo oscuro notó una tristeza palpable. Se giró hacía el bosque más hermoso del mundo y preguntó el porqué de tanta desdicha. Los animales, uno a uno, le fueron relatando la muerte del pequeño roedor; del amor que sentía él por ella; de la sonrisa de enamorado que ponía cuando la oscuridad envolvía al bosque; de las mariposas que decía que notaba volar en su interior; de sus noches en vela... Y la luna se sintió tremendamente triste. Nunca había reparado en él y sin embargo hoy se sentía diferente, más sola... Derramó lágrimas por su pequeño amante. Pidió que le entregaran el cuerpo del ratón y lo colgó de la bóveda celeste, formando la constelación más bella del mundo. El pequeño ratón ahora descansaría a su lado para siempre.
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- Es curioso -, dijo el señor Búho mientras miraba las estrellas -. Durante su vida, cuando sólo tenía ojos para ella, la luna ni siquiera sabía de su existencia... Y ahora que la luna llora su muerte cada noche, ahora que su cuerpo se encuentra tan cerca de su amada... Ahora, el pequeño ratón que trepaba a la copa del árbol más alto cuando caía la noche, el ratón enamorado de la luna, no podía ver que por fin era correspondido.
martes, 6 de septiembre de 2011
Caín
Padre y madre le habían hablado de Yahvé, de su misericordia, de su infinita bondad, de su justicia... Su justicia... Nunca entendió bien la justicia de Yahvé. De niño no lograba entender porqué fueron desterrados sus padres del paraíso. Si cerraba los ojos aun podía ver el rostro de su madre contándoles la historia de su destierro.
"- ¿Por qué os desterró? ¡No hicistéis nada malo! -, decía enfurruñado a ésta.
Eva sonreía con dulzura y mientras le acariciaba la cabeza siempre le ofrecía la misma respuesta:
- No nos corresponde a nosotros poner en duda su palabra, cariño. Todavía eres un niño y no lo entiendes, pero debemos obediencia a Yahvé."
Volvió a abrir los ojos que lo llevaron de vuelta a la realidad. Seguía sin entenderlo, quizás Yahvé no lo quería por cuestionarlo. Se sentó bajo un olivo, desesperado, vulnerable...
Abel se acercó y se sentó a su lado. Le puso la mano en su hombro y Caín la sintió cálida. De repente desapareció su frustración. Su hermano era su vida, era su universo... Un sólo gesto suyo bastaba para hallar el consuelo de su atormentado corazón.
- No te preocupes hermano -, dijo mientras reposaba la cabeza en el tronco del árbol y cerraba los ojos.
Caín lo miró, vió como el sol arrancaba destellos dorados de sus bucles. Era hermoso...
- Le ofrecí lo mejor de mi cosecha... Yo mismo aré la tierra con mis manos... Me salieron llagas, pero no dejé de cavar... Con mis manos ensangrentadas deposité las semillas. Las he regado cada día, las he mimado, las he protegido del sol y de la lluvia con mi cuerpo... Hasta que sus frutos de hicieron grandes y hermosos... Tú... Tú lo viste... Era mi mejor cosecha...
Abel lo miraba con los ojos entrecerrados y esbozó una sonrisa.
- Lo ví... Ví como te sacrificabas cada día mientras yo pastoreaba a mi ganado sentado bajo la sombra de los árboles... Te miraba y la duda me asaltaba, puesto que siempre pensé que tu ofrenda sería más de su gusto... Pensé que la sangre de mis mejores ovejas lo repugnaría... Pero luego lo ví claro... Yo les quité la vida a aquellos animales... Los había visto nacer y los había visto crecer, los había alimentado... Los había protegido... Y les quité la vida con mis manos para entregársela a él. En tu ofrenda había mucho empeño hermano; pero quizás no había el suficiente sufrimiento.
Caín lo miró con los ojos abiertos. Un Dios que busca el sufrimiento... De repente lo vió todo claro. Yahvé no valoró su ofrenda porque no era lo que había pedido. Él dijo que quería que le entregaran lo más preciado... Y lo más preciado que tenía él no eran sus frutos. De repente estalló en carcajadas ante la atónita mirada de su hermano. Miró al suelo y vio una piedra blanquecina que resultó ser una quijada de burro. Abel lo miraba intrigado.
Caín alzó las manos frente a su confuso hermano, suspiró y dejó caer la quijada con toda su fuerza sobre los bucles dorados de su hermano. Un grito ahogado surgió de la garganta de Abel; pero Caín volvió a alzar la quijada y volvió a descargarla con fuerza sobre la cabeza de su hermano. Un frenesí de apoderó de él... Y siguió hasta que la cabeza de Abel fue una masa sanguinolenta. Cayó de rodillas, ensangrentado, y el arma se resbaló de sus manos.
Las lagrímas empezaron a brotar de sus ojos, fundiéndose con la sangre. Lloró amargamente mientras cogía el cuerpo inherte de Abel y lo alzaba al cielo.
- Me pediste que te entregara lo que más quería -, rugió Caín. - Aquí lo tienes Yahvé, el todo poderoso. Te entrego lo que es mi mundo, lo que es mi vida, te entrego el alma de mi hermano Abel.
El cielo se tornó oscuro y la voz de Yahvé resonó llena de ira.
- Has matado a tu hermano, has cometido el mayor crimen conocido hasta ahora por el hombre.
El viento soplaba con una fuerza sobrenatural, lanzando aullidos de dolor, arrancando todo a su
paso. La fuerte lluvia golpeaba con furia a Caín, que casi no podía mantenerse en pie... La voz
retumbante de su Dios se imponía sobre aquel caos clavándose en sus tímpanos como si de una lluvia de dagas se tratara.
- A partir de ahora caminarás entre los vivos hasta el fin de los días, sin hallar nunca consuelo. Te condeno a no amar y a no ser amado; te condeno a sufrir en la eternidad; te condeno a la muerte en vida. Te acompañará siempre el sufrimiento fruto de tus actos... Te devorará por dentro y nunca hallarás consuelo. Palabra de Yahvé.
Caín cayó de rodillas sobre el barro, atónito, dolorido...
- Me pediste lo que más quería... Y yo te lo entregué - balbuceó - Yo te lo entregué...
La cabeza empezó a darle vueltas y notó el peso de la oscuridad cayendo sobre él. Notó arder su sangre y notó como se le escapaba la vida. Un alarido de dolor salió de su boca.
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Y de repente... Oscuridad.
viernes, 29 de octubre de 2010
Apagué el motor del coche y clavé mi mirada en el viejo portón de madera. Se veía sólido e imponente, a pesar que los años había hecho mella en él. Imaginé como sería la vieja puerta cuando la colocaron a principios de siglo. Me imaginé la madera sin grieta alguna, luciendo un castaño radiante; con su manilla y su cerradura dorada resplandecientes, emitiendo destellos de oro bajo el sol extremeño.
Siempre me había gustado la casa de Azuaga, tan grande, tan elegante… Siempre me he imaginado a la casa como una mujer burguesa de finales del XIX, inmersa en pleno romanticismo.
Bajé del coche y empujé el portón, que cedió emitiendo un sonoro chirrido. “Bienvenida a casa”, pensé. Crucé el zaguán y me embargó un aroma a vainilla que emanaba desde la cocina. Los recuerdos de mi infancia empezaron a golpear con fuerza. El tic tac del reloj, el sonido de las aspas del molinillo azul, el golpeteo de las ramas de la higuera contra las ventanas, el olor a café… Todos esos sonidos y sensaciones eran parte de mi juventud.
De repente me sentí tremendamente pequeña y sola. La tristeza me empezó a oprimir el pecho. Ya no se escuchaba la radio de mi tía Consuelo, ni la eterna tos de mi tío Manolo… La risa de mi tía Julia ya no resonaba por aquellas paredes… Suspiré y esbocé una sonrisa nostálgica. Una sonrisa fruto de la alegría que me provocaba pensar en lo tremendamente feliz que me habían hecho esas personas, en la dicha de mis meses estivales, en el cariño que me había demostrado siempre… Porque mis recuerdos, como aquella puerta de madera, se habían impuesto al paso del tiempo…
Porque os echo de menos cada día, pero siempre estaréis vivos en mi corazón.
viernes, 19 de febrero de 2010
Nostalgia
Ella nunca lo supo y sin embargo siempre la acompañó ese sentimiento de no pertenecer a ningún sitio, de no estar en el sitio adecuado… No tenía una vida desgraciada y sin embargo por las noches la asaltaba un sentimiento extraño de agonía que la hacía estallar en lágrimas.
Sus ojos eran grandes, del color de la yerba recién cortada, hermosos… Y sin embargo nadie los envidiaba; porque se hallaban reflejados en ellos la tristeza.
Nunca nadie le preguntó, por lo que ella misma dejó de buscar respuestas hacía una eternidad; quizás no había nada que preguntar. Intentó subyugar ese constante sentimiento de pérdida bajo una máscara de alegría: mientras más latente era su pesar más grande era su sonrisa.
Su sonrisa era amplia, blanca, cálida, hermosa… Y sin embargo nadie la codiciaba porque destilaba amargura.
Intentó ocultarlo y lo ocultó de hecho, al menos durante unos años. Pero la negación y la mentira tienen un rasgo común y es que tarde o temprano tienden a salir a la luz… Y entonces suelen ser mortíferas.
Así volvió la desdicha con más fuerza que nunca, más destructiva… Y las lágrimas no sólo empezaron a asaltarla por las noches, sino que a todas horas estaban presentes. El vacío y la desesperación estaban ahora siempre presentes. Intentó luchar contra ello, quizás no lo suficiente, quizás no de la manera adecuada y al final cayó presa de una enfermedad a la que nadie sabía darle nombre y de la que nadie hallaba cura.
Y se consumió poco a poco, con la bruma de la tristeza impregnándola, con la sensación de no pertenecer a ningún sitio… Y se convirtió en un cadáver gris y pálido.
Entonces la devolvieron a su patria para darle sepultura, la llevaron a aquel lugar que ella siempre desconoció pero al que siempre tuvo presente. Y al dejar el cuerpo inerte sobre la tierra mojada pasó algo asombroso: el cuerpo retomó un ligero color y el gesto compungido se tornó en un gesto dulce de descanso… La vida no volvió, pero sí lo hizo la esperanza.
Una leve brisa sopló de repente haciendo agitar a los sauces sinuosamente las ramas. El viento pronunciaba una palabra: nostalgia.
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Etimología de la plabra 'Nostalgia':
Esta palabra consiste en un cultismo introducido por el doctor suizo Johannes Hofer en 1688. Lo utilizó en una tesis que descibía una enfermedad agónica, sufrida por un sirviente y un estuidante, que se curaba milagrosamente al regresar al hogar.
Buscó entonces una palabra que designara en todas las lenguas el vocablo alemán 'Heimweh' que venía a nombrar el ‘deseo intenso de estar en casa’, el ‘sufrimiento por estar separado de la familia’.
La palabra nostalgia viene del griego νοστος (nostos = regreso) y αλγος (algos = dolor ). La nostalgia es la pena de verse ausente de la patria o de los amigos.