martes, 6 de septiembre de 2011

Caín

El sentimiento de impotencia y desesperación volvió de nuevo con más intensidad. No entendía qué es lo que hacía mal; por mucho que lo intentaba, por mucho que ponía su alma en ello, nunca era suficiente. Aun resonaba la voz de un decepcionado Yahvé en su cabeza...

Padre y madre le habían hablado de Yahvé, de su misericordia, de su infinita bondad, de su justicia... Su justicia... Nunca entendió bien la justicia de Yahvé. De niño no lograba entender porqué fueron desterrados sus padres del paraíso. Si cerraba los ojos aun podía ver el rostro de su madre contándoles la historia de su destierro.

"- ¿Por qué os desterró? ¡No hicistéis nada malo! -, decía enfurruñado a ésta.

Eva sonreía con dulzura y mientras le acariciaba la cabeza siempre le ofrecía la misma respuesta:

- No nos corresponde a nosotros poner en duda su palabra, cariño. Todavía eres un niño y no lo entiendes, pero debemos obediencia a Yahvé."

Volvió a abrir los ojos que lo llevaron de vuelta a la realidad. Seguía sin entenderlo, quizás Yahvé no lo quería por cuestionarlo. Se sentó bajo un olivo, desesperado, vulnerable...

Abel se acercó y se sentó a su lado. Le puso la mano en su hombro y Caín la sintió cálida. De repente desapareció su frustración. Su hermano era su vida, era su universo... Un sólo gesto suyo bastaba para hallar el consuelo de su atormentado corazón.

- No te preocupes hermano -, dijo mientras reposaba la cabeza en el tronco del árbol y cerraba los ojos.

Caín lo miró, vió como el sol arrancaba destellos dorados de sus bucles. Era hermoso...

- Le ofrecí lo mejor de mi cosecha... Yo mismo aré la tierra con mis manos... Me salieron llagas, pero no dejé de cavar... Con mis manos ensangrentadas deposité las semillas. Las he regado cada día, las he mimado, las he protegido del sol y de la lluvia con mi cuerpo... Hasta que sus frutos de hicieron grandes y hermosos... Tú... Tú lo viste... Era mi mejor cosecha...

Abel lo miraba con los ojos entrecerrados y esbozó una sonrisa.

- Lo ví... Ví como te sacrificabas cada día mientras yo pastoreaba a mi ganado sentado bajo la sombra de los árboles... Te miraba y la duda me asaltaba, puesto que siempre pensé que tu ofrenda sería más de su gusto... Pensé que la sangre de mis mejores ovejas lo repugnaría... Pero luego lo ví claro... Yo les quité la vida a aquellos animales... Los había visto nacer y los había visto crecer, los había alimentado... Los había protegido... Y les quité la vida con mis manos para entregársela a él. En tu ofrenda había mucho empeño hermano; pero quizás no había el suficiente sufrimiento.

Caín lo miró con los ojos abiertos. Un Dios que busca el sufrimiento... De repente lo vió todo claro. Yahvé no valoró su ofrenda porque no era lo que había pedido. Él dijo que quería que le entregaran lo más preciado... Y lo más preciado que tenía él no eran sus frutos. De repente estalló en carcajadas ante la atónita mirada de su hermano. Miró al suelo y vio una piedra blanquecina que resultó ser una quijada de burro. Abel lo miraba intrigado.
Caín alzó las manos frente a su confuso hermano, suspiró y dejó caer la quijada con toda su fuerza sobre los bucles dorados de su hermano. Un grito ahogado surgió de la garganta de Abel; pero Caín volvió a alzar la quijada y volvió a descargarla con fuerza sobre la cabeza de su hermano. Un frenesí de apoderó de él... Y siguió hasta que la cabeza de Abel fue una masa sanguinolenta. Cayó de rodillas, ensangrentado, y el arma se resbaló de sus manos.
Las lagrímas empezaron a brotar de sus ojos, fundiéndose con la sangre. Lloró amargamente mientras cogía el cuerpo inherte de Abel y lo alzaba al cielo.

- Me pediste que te entregara lo que más quería -, rugió Caín. - Aquí lo tienes Yahvé, el todo poderoso. Te entrego lo que es mi mundo, lo que es mi vida, te entrego el alma de mi hermano Abel.

El cielo se tornó oscuro y la voz de Yahvé resonó llena de ira.

- Has matado a tu hermano, has cometido el mayor crimen conocido hasta ahora por el hombre.

El viento soplaba con una fuerza sobrenatural, lanzando aullidos de dolor, arrancando todo a su
paso. La fuerte lluvia golpeaba con furia a Caín, que casi no podía mantenerse en pie... La voz
retumbante de su Dios se imponía sobre aquel caos clavándose en sus tímpanos como si de una lluvia de dagas se tratara.

- A partir de ahora caminarás entre los vivos hasta el fin de los días, sin hallar nunca consuelo. Te condeno a no amar y a no ser amado; te condeno a sufrir en la eternidad; te condeno a la muerte en vida. Te acompañará siempre el sufrimiento fruto de tus actos... Te devorará por dentro y nunca hallarás consuelo. Palabra de Yahvé.

Caín cayó de rodillas sobre el barro, atónito, dolorido...

- Me pediste lo que más quería... Y yo te lo entregué - balbuceó - Yo te lo entregué...

La cabeza empezó a darle vueltas y notó el peso de la oscuridad cayendo sobre él. Notó arder su sangre y notó como se le escapaba la vida. Un alarido de dolor salió de su boca.

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Y de repente... Oscuridad.

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