domingo, 23 de septiembre de 2012

La soledad le oprimió el pecho hasta dejarla sin respiración. Intentó tomar una bocanada de oxígeno, un respiro para seguir adelante, pero el aire quemó sus pulmones. Quería correr hacia delante, pero estaba paralizada.

Sintió el escozor en sus ojos, sus lágrimas ardiendo por salir; pero no tenía ni siquiera fuerzas para dejarlas escapar… Y tenía que seguir hacia adelante, aunque no brillara el sol.

No es que el sol brillara antes, el sol había dejado de brillar hacía mucho tiempo; pero hasta ahora sus ojos no habían mirado directamente al cielo… No es que el camino fuera distinto ahora… El camino era igual desde hacía millas… Pero acompañada parecía todo mucho más liviano…

Intentó sacudirse con fuerza, gritar, espantar la soledad y el miedo que la mantenían presa en aquel punto. Lo intentó con todas sus fuerzas… Pero a veces nuestro empeño no es suficiente…

Las piernas le flaquearon y se sintió desfallecer… Los oídos le zumbaban, las lágrimas le nublaban la visión, tenía la garganta en carne viva… Y poco a poco se fue apagando todo… Y ella casi agradeció esa privación de los sentidos… Y ella cerró los ojos con fuerza y se dejó caer con todo el peso de su cuerpo, con todo el peso de su desolación…

Y mientras caía sonrió, porque a nadie le gustan las chicas tristes.

sábado, 25 de agosto de 2012

Hécuba

Cuando Paris cruzó las murallas de Troya con Helena, Hécuba lo supo. No lo advirtió con la certeza de Cassandra, pero algo en su interior le decía que de aquello no podía salir nada bueno.

Cuando Cassandra irrumpió en la bienvenida de Helena, lánzadose desesperada a los pies de su padre para que devolviera a la princesa a los griegos y evitar la  caída de Troya, algo se removió en sus entrañas. En el fondo de su alma lo sabía; pero era tan aterrador enfrentarse a ello, que enmascaró su temor con aflicción hacia la locura que todos decían que padecía Cassandra...
Su dulce Cassandra... Siempre había sido una niña especial, siempre de la mano de su mellizo Heleno. Ambos tenían los ojos almendrados, del color del trigo maduro y ambos tenían una mirada sagaz. Siempre habían sido especiales... Pero la niña se fue convirtiendo en mujer y entonces fue entregada como sacerdotisa de Apolo... Y todo cambió. Su mirada sagaz se tornó temerosa, su sonrisa se apagó... Entonces empezaron las visiones de sangre y fuego... Se distanció incluso de Heleno... Y todos la tomaron por loca.

Cuando llegaron noticias a Troya de que las tropas Helenas se dirigían hacia allí, imploró a Príamo enviar a Polidoro, su pequeño banjamín, a Tracia. Y aunque su esposo se vanagloriaba de que los griegos nunca podrían traspasar las murallas de Troya, accedió a sus deseos.

Y no tardó en llegar la guerra... Una guerra cruenta y longeva... Y pese a que Hécuba estaba protegida tras los muros de Troya, levantados piedra a piedra por el propio Poseidón, fue muriendo en vida con la pérdida de sus hijos.

Troilo, su hermoso Troilo... El tiempo se paró cuando le informaron de su muerte.
- Mi señora, Troilo ha muerto a manos de Aquiles.
La copa se deslizó de la mano de Hécuba chocando estrepitosamente contra el suelo. El mundo se desvaneció por un momento y un reguero de bilis le subió por la garganta. "Troilo ha muerto". Las piernas le flaquearon, pero contuvo las lágrimas. Era la esposa de Príamo, rey de Troya; la hija de Dimas, rey de Frigia... Las reinas no lloran...

Héctor, su valiente Héctor... Su primogénito... Apuesto e inteligente, mortífero y feroz en la batalla. Temido y respetado.
Cuando los gritos de Aquiles resonaron por Troya, a Hécuba se le encogió el corazón. No quería ver más allá de los muros, pero debía hacerlo. Cuando vió el cadáver de Héctor atado al carro de Aquiles, arrastrado y mancillado, el escozor en sus ojos se hizo insoportable. Se aferró con fuerza al alféizar de la ventana para no derrumbarse. Le faltó el aire y sintió una puñalada en el corazón... Por un momento estuvo a punto de dejarse arrastrar por la locura que la embargaba, pero no cedió... Las reinas no lloran...

Luego cayó Troya y con ella contiuaron cayendo sus hijos: Paris, Deifobo, Laódice, Polixena... Y con cada muerte, su desesperación aumentaba...

Las reinas no lloran...

Las mujeres Troyanas fueron repartidas como botín por los griegos y su ella fue entregada a Odiseo. Cuando partieron rumbo a Ítaca, Hécuba subió a la ambarcación con la serenidad y la dignidad de una reina. Le habían arrebatado a sus hijos, había quemado su hogar, habían mancillado a sus hijas... Pero juró que no le arrebatarían la dignidad. Ella era la reina de Troya.

Cuando pararon en Tracia, le informaron de la muerte de Polidoro... Su pequeño Polidoro... El hilo que la mantenía atada a la cordura. Y entonces Hécuba estalló en lágrimas...
Lloró por su pequeño Polidoro... Lloró por Troilo y por Héctor... Lloró por Paris, por Deifobo, por Laódice y Polixena... Lloró por Cassandra y por Heleno... Lloró porque en aquel momento comprendió que quizás las reinas no llorasen; pero las madres sí.
Tal era la amargura que destilaban sus lágrimas, que heló la sangre de mortales y divinidades.. Y entonces los dioses se apiadaron de ella...

Cuando se transformó en perra y fue abandonda en Tracia, corrió aullando de dolor. Algunos dijeron que era un castigo divino; pero lo que nadie imaginó es que Hécuba por fin había sido liberada. Ahora era libre para llorar su pérdida hasta el fin de sus días.