Ayer dejaron de mutuo acuerdo la relación que mantenían durante años unos amigos míos… Me quedé presa de la admiración y la desesperanza. Quizás sea una tremendista o, quizás, sólo tenga una visión un tanto romántica de la vida… o, lo más posible, es que sea una egoísta. El caso es que sé que estas cosas pasan y que no es fin del mundo, que la vida sigue… y todo ese aluvión de frases topiquísimas que la gente dice en estos casos. Yo no dije nada… Me quedé muda. A decir verdad al principio de recibir la noticia me sentía indignada; algo así como un niño que, al recibir la noticia del divorcio de sus padres, se enfada con ellos, pensando en su propio beneficio y no en la felicidad de sus progenitores.
Lo bueno que tiene ser ‘adulto’ (y que conste que lo pongo entre comillas porque no me siento identificada con esta palabra, ya que según la R.A.E. el significado de adulto es: ‘’Llegado a su mayor crecimiento o desarrollo’’ y yo, por suerte o por desgracia, me hallo muy lejos de encontrarme en ese punto) es que tienes una capacidad de reflexión de la que carecen los infantes y que, dicho sea de paso, hacemos uso de ella en raras ocasiones. El caso es que me paré a pensar en el porqué de ese sentimiento tan desalentador. ¿Por qué estaba indignada? ¿Con quién? Porque desde luego con ellos dos no. Me di cuenta, con sumo horror, que ese sentimiento era fruto de un egoísmo apoteósico. Ya no podría volver a quedar con ellos dos, irnos a comer, a buscar castillos en la inhóspita tierra Altafullense, ya no podría disfrutar de esas risas que nos echábamos juntos… No me importaba si eran felices o no, lo que me importaba era que yo sí lo era. Una vez asumida la noticia, y tras su posterior recapacitación, logré cambiar ese sentimiento infructuoso, aunque solo logré matizarlo. Ya no era indignación lo que sentía, sino tristeza.
Soy una persona tremendamente monótona, llamadme aburrida si queréis, y en mi mente no encaja bien la idea de las cosas perecederas. Es por eso que me cuesta tanto asumir noticias como la muerte de algún ser querido o la ruptura de parejas de amigos. Eso ya no puedo cambiarlo… quizás es que no quiero. No creo en los cambios, creo en los matices. Al fin y al cabo la personalidad de un ser adulto no es más que la suma de cientos de pequeños cambios que nos ha otorgado la experiencia, pero la esencia es la misma.
Dejando de lado mis pensamientos filosóficos de andar por casa y, como he dicho al principio, también me sentí orgullosa de esta pareja. Tuve la oportunidad de hablar con ambos y comprobé que han acabado amistosamente… Incluso, yo me atrevería a aventurar, que más que amistosamente. Han acabado con la relación, con la pasión, pero continúan con el cariño y el respeto… Se siguen queriendo muchísimo. Se les cerró una puerta y ellos, inmediatamente, abrieron otra.
Moraleja: Aunque las relaciones ficticias disten mucho de aquellos finales felices al que nos tenían acostumbrados los cuentos (cuando daño hicieron los hermanos Grimm) vale la pena vivirlas porque siempre te acaban aportando algo… Y es que, otra de las cosas que he aprendido, no todo lo que deje de ser ‘feliz’ se convierte automáticamente en ‘infeliz’… Hay miles de matices por el medio.