Fuí la primera y sin embargo mi nombre cayó en el olvido antes de que el tiempo existiera como tal. No me importa, no te vayas a creer... Siempre me dieron igual esas trivialidades... De hecho ese fue uno de mis pecados...
Nacida de la madre tierra, originada para gobernar sobre la divina creación... Del mismo modo que Adán... Mi compañero, mi igual...
Yavhé nos dio la vida, nos regaló el universo... Pero el regalo más hermoso de todos, fue la libertad...
El mundo entonces, era un lugar virtuoso, un paraíso inigualable. Lo recorría a mi antojo, asombrándome de los sinuosos árboles, de la danza que bailaban cuando Yavhé hacía correr la brisa. Me emocionaba con las sensanción del agua al caer sobre mi cuerpo, cuando Yavhé nos regalaba la lluvia. Me reconfortaba cuando el cálido sol de la mañana acariciaba mi rostro... Corría con los animales, me bañaba en el mar... Amaba cada forma, cada sonido, cada aroma... Cada sensación que me proporcionaba aquel inmenso y pacífico lugar.
¿Sabes William? Si cierro los ojos aun puedo ver los amaneceres en el Paraiso... La sinfonía de colores... Los tonos violáceos tornándose más claros, entrelazándose con los pálidos rosados. Las estrellas retirándose sutilmente; el canto de los gallos a la mañana; la muerte ligera del himno de los grillos...
Y cada día, daba gracias a Yavhé por haber creado todo aquello, por dejarnos disfrutar de todo el explendor de su obra... Y cada día Yavhé me sonreía.
Mientras yo me dedicaba a explorar aquella maravilla, Adán se dedicaba a nombrar cada habitante de aquella creación. Llamó león al león y manzano al manzano... Nunca entendí la importancia de etiquetar algo que ya de por sí era maravilloso. León, perro, serpiente, alhelí... Para mí eran milagros, era belleza, no necesitaba atribuirle un nombre pues sus atributos sobrepasaban cualquier nombre que humano o deidad pudiera darles. Recuerdo que una noche le pregunté por qué lo hacía, por qué aquella necesidad. Adán me contestó que todo aquello era nuestro y que un hombre debe darle nombre a aquello que domina.
Dominar... ¿Se puede dominar la naturaleza William? Ese ha sido el gran error del ser humano intentar dominar aquello que no puede ser dominado. Desperdiciar sus esfuerzos en interntar subyugar en vez de intentar comprender. La naturaleza, todo aquel paraíso, no necesitaba gobierno... Necesitaba respeto y comprensión. Necesitaba amor y dedicación, pero no leyes humanas. Tan breves que Adán nunca llegó a entenderlo, al igual que sus herederos nunca lo habéis querido comprender.
Llegó el día que también quiso dominarme a mí... Imagino que era lo único de aquella creación que escapa a sus leyes. Una noche me dijo que mis días de contemplación se habían acabado. Que yo era su mujer y como tal debía dedicarme a él... A sus necesidades y comodidades. Recuerdo que reí, pues pensaba que se trataba de una broma... Y mi risa desató su furia... Y su furia desató su puño...
Estaba tan asustada William... Aun puedo recordar esa sensación de angustia, de miedo... Y aun hoy en día maldigo lo tonta que fuí por no enfretarme a él. Lejos de eso, sucumbí a sus deseos y dejé que aquella noche me dominara por completo; pero no permití que mis lágrimas endulzaran su triunfo. Podría conquistar mi cuerpo, pero nunca dejé que se hiciera con mi alma... Mi alma pertenecía a Yavhé, o eso creía yo.
Los días que siguieron fueron los peores de mi vida... Recuerdo rezar al Todopoderoso para que me salvara de aquella situación. Mis plegarías se convirtieron en la única vía de escape. Sabía que él me estaba escuchando, pero no sabía porqué no actuaba. ¿No era yo su hija? ¿Me habría abandonado?
Y en la sexta luna decidí que aquello no podria continuar. Me escabullí entre las sombras y tomé una piedra afilada. La miré durante unos instantes, pasé mis dedos por el cortante filo mientras imaginaba clavándola en el pecho del que habia sido mi compañero. Entonces Yavhé me habló...
- ¿Qué haces hija mia? - Me dijo con voz pausada.
- Liberarme padre -, dije intentado controlar el tembleque de mis extremidades.
- Hija mía, tu liberación vendrá con tu sumisión. Os creé a mi imagen y semejanza, para que disfrutárais del paraíso, para que lo poblárais. Mis emisarios... His hijos...
El miedo inicial fue transformándose en ira incontrolada. ¿Acaso sus ojos omnipresentes no habían admirado lo que había pasado allí? ¿Acaso no sintió mi angustía? ¿Cómo podía pedirme sumisión?
- No he de someterme padre -, mi voz sonó tan fría y cortante que me sorprendió hasta a mí misma. Un viento empezó a desatarse, lanzando miles de granos de gravilla contra mi cuerpo. Los relámpagos empezaron a iluminar el cielo de la noche, creando pequeños amaneceres. Pero habia llegado tan lejos... Ahora no podía dar marcha atrás. Me traicionó mi compañero y ahora me traicionaba mi padre. Ya no tenia nada que perder.
- ¿Me desobedecerás? -, dijo con voz autoritaría, llena de ira contenida.
- No es mi intención... Dime padre ¿por qué he de someterme yo? ¿Acaso no fuimos creados ambos de la misma tierra? ¿Acaso no es mi igual? ¿Por qué he someterme a sus deseos? Dame una única razón que sea comprensible y obedeceré.
- Porque es la palabra de Yavhé.
Ahhh, sus palabras fueron tan hirientes, querido William... Fué como si me atravesara con ellas, tan cargadas de desprecio, tan poco llenas del amor de un padre...
- No me basta tu palabra...-, siseé.
- Si te dejas cegar por la soberbia no habrá sitio para ti en este lugar.
- Que así sea padre.
Lo que recuerdo después fué oscuridad... Una oscuridad infinita, palpable, cortante... Estuve mucho tiempo asustada, arrepentida, desperdiciando lágrimas por todo lo que un día tuve y perdí. Me castigué tanto como pude... Auto recluída en una cueva de aquel paraje inhóspito... Recurrí a las magias prohibidas para poder comprender...
Y comprendí William, ¡vaya si comprendí! Me costó una eternidad y no lo hice hasta que vi a otra alma atormentada vagando por aquel paraje solitario y triste. Una pobre alma desorientada, tan cargada de tristeza que dolía mirarla. Me acerqué cautelosa, y sus ojos se clavaron en los míos.
- Obedecí su palabra, le di lo que más quería... -, balbuceó con mirada ausente.
Me puse a su lado y lo abracé, como una madre abraza a su hijo, como dos amantes se abrazan una noche de invierno... Y él lloró con su cabeza enterrada en mi hombro.
Y ahí fue cuando vi claramente que la palabra de Dios es caprichosa e injusta; vi que su verdad era la mentira más pura; vi que su amor era interesado y cargado de veneno... Y juré vengarme...
Palabra de Lilith.
lunes, 25 de marzo de 2013
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